Martín Lobo, alias "el Vividor", fue un virtuoso de lo cotidiano. Vivió principalmente de noche, pero tampoco hizo ascos al día. Le encantaba desayunar en camas ajenas; hacer amigos y enemigos en las terrazas de los bares; organizar partidas de mus clandestinas o tumbarse a la bartola.
Pero de entre todas aquellas aventuras se quedaba con un placer modesto, su favorito: la hora del vermouth.
Era el momento de bajar al bar a contar batallitas y chistes verdes. Tiempo para ejercitar la sonrisa canalla y abrillantar la barra a base de codo. Entre el humo, el griterío y algún acorde roto parcía el backstage de un gran concierto de rock donde, si mirabas con atención, podrías descubrir al hombres escondido tras la leyenda.